image
image

Las dunas más blancas de México El 6 de octubre de 2020

La Comarca Lagunera ofrece uno de los espacios naturales más espectaculares de todo el país. Un paraje blanco, casi abrumador, que da vida a lo que hace millones de años fuera un ojo de agua en Coahuila (le llamaban mar de Tetis). Hablamos de las Dunas de Yeso, blancas como copos de nieve. Formaciones de cristales de calcio que lastiman las pupilas si las vemos de frente y bajo el rayo imponente del sol. Un desierto albino de unas 800 hectáreas que forma parte de Cuatro Ciénegas, Área Natural Protegida donde también habitan manantiales, arroyos y lagunas.

Despoblado, inhabitado, solitario, vacío: todas estas palabras son sinónimo de desierto. Sin embargo, nada está vacío cuando se ve bien. Ver bien se complica cuando estás entre dunas blancas, a las dos de la mañana, en una noche sin luna. “Podría ser de una cascabel”, dice Gil, nuestro guía, mientras señala el sutil rastro que deja una serpiente al arrastrarse por la arena. Quisiera advertirle a la pequeña rata canguro que vimos la presencia de dicha serpiente. A la serpiente, del aleteo que oímos más adelante. No sé a cuál advertirle sobre el galopar de quién-sabe-qué que escuchamos a lo lejos; tal vez a nosotros mismos. Entonces me pregunté, ¿quién le advierte al desierto de nuestra presencia?

* * *

En Cuatro Ciénegas, la gente se mueve en camioneta; pueblo de primera, porque nadie quiere pasar a segunda; de menos de 15 000 habitantes que batallan con el polvo que insiste en contaminar sus albercas; donde las mujeres mayores caminan por la banqueta contraria a las cantinas tradicionales y los hombres, de bigote, pantalón de mezclilla y sombrero, se toman selfis en El 40, la única cantina moderna.

A una hora, al oeste de Monclova, a tres al noroeste de Monterrey y a cuatro de Torreón, Cuatro Ciénegas está lejos de todo y, sin embargo, el ingeniero Fernando Pérez Cano apuesta a que se convertirá en el punto turístico más importante del noreste de México. “La magia que tiene es que ofrece algo muy diferente al turismo tradicional de sol y playa, eso es lo que buscan las nuevas generaciones: experiencias distintas”, me dice por teléfono, meses después de haberlo conocido en el Hotel Hacienda 1800, el epicentro de la inversión millonaria del regiomontano.

Hotel Hacienda 1800. Foto: Ritta Trejo.

“El ingeniero” —como se refiere a él la mayoría de su equipo— es dueño de 9 000 hectáreas a las afueras del pueblo y del Área de Protección de Flora y Fauna Cuatro Ciénegas. (Manhattan tiene 5 900). Administra la mayoría de las atracciones principales del destino: la cantera de mármol, las dunas de yeso, el río San Marcos, un parque ecoturístico en uno de los cañones que conforman el valle, entre otros. 

Le pregunto al ingeniero por los planes para el resto de sus hectáreas: un restaurante, una tienda-galería en el centro del pueblo, una casa vitivinícola propia, más tarde un campo de golf con un desarrollo habitacional alrededor —“Siempre y cuando podamos conseguir el agua residual del municipio para riego, utilizando fertilizantes naturales autorizados por la Secretaría del Medio Ambiente”— y un santuario de animales de 3 800 hectáreas, en el que se va a poder hacer glamping.

“Vamos a tener un evento al que va a venir el secretario de Defensa a soltar dos águilas y a lo mejor viene el presidente. Están viendo si su agenda lo permite”, remata. Ya sea que su destino sea convertirse en un paradigma de turismo responsable o un caso más de fracaso ambiental, Cuatro Ciénegas cruzó un punto de inflexión.

* * *

Salimos temprano del hotel para evitar el sol. Es natural que un ingeniero cuyo sustento está en la industria metalmecánica, la del petróleo y otros sectores industriales crea que una antigua cantera de mármol a 20 minutos de su hotel será interesante para el público en general. No se equivoca. Lo que desde la carretera parecen pequeños bloques de piedra, de cerca son del tamaño de un tinaco; los medianos, del tamaño de un automóvil, y los más grandes tienen la altura de un edificio de dos pisos.

Hay algo en sus cortes geométricos y ángulos rectos que hipnotiza. La monumentalidad siempre ha sido fascinante, pero parece no ser suficiente. “Todavía tengo que enseñarselo al ingeniero”, me dice uno de los trabajadores que toman medidas, mientras me muestra en su celular un rénder animado del túnel y la cascada que piensan construir para consolidar la atracción. También quieren poner un esqueleto de dinosaurio falso sobre uno de los bloques.

Cuatro Ciénegas

Izquierda: la cantera de mármol es una de las atracciones principales. Fotos: Ritta Trejo

Hace 65 millones de años, este valle era un mar y en el mármol está la prueba más clara de ello. El material se dejó de extraer aquí porque la piedra no es tan pura como para usarla en la construcción. Entre los pequeños hoyos como de esponja, uno puede ver el paso de las eras glaciales y todas las capas geológicas de lo que fue mar, río, bosque y finalmente desierto, gracias a fósiles de plantas, conchas marinas y pequeños animales.

No toda la evidencia de lo que dejó el mar a su paso está muerta. Además de turistas, aquí han llegado científicos de la UNAM–e incluso de National Geographic y la NASA–, por ser uno de los pocos lugares donde se encuentran estromatolitos vivos, una de las formas microscópicas de vida más antiguas en todo el planeta. Cuatro Ciénegas es “el Galápagos de México”: el valle tiene alrededor de mil especies de flora y fauna, de las cuales más de 70 son endémicas. Muchas de ellas dependen de las ahora escasas pozas de agua regadas a lo largo del valle. La más visitada es la Poza Azul, a ocho minutos de la cantera.

Cuatro Ciénegas

Foto: Ritta Trejo

Cuatro Ciénegas

Izquierda: La Poza Azul llama a turistas nacionales e internacionales, así como a científicos de la NASA. Derecha: la noche estrellada. Fotos: Ritta Trejo

Es mediodía, no hay nada que detenga al sol, ni nubes ni los cinco metros de profundidad de la poza. No es época de sequías y el paisaje alrededor de la Poza Azul guarda algo de verdor; después será completamente amarillo y en invierno quizá blanco, por la nieve. Sin importar la temporada, este ojo de agua tendrá siempre un difuminado de verde esmeralda en las orillas a un azul marino en el centro. El fondo de la poza se ilumina tanto como los agaves a su alrededor. Los rayos del sol brillan en la superficie, y se ondulan con el viento. Se ven peces. Quizá no haya oxímoron mejor que encontrar peces en medio del desierto para entender que algunos ecosistemas naturales son más frágiles que otros.

De entre juncos nace el brote del agua que alimenta la poza, imagen que podría inspirar un mito nacional, al escudo de la bandera de la “República soberana de Coahuila”. Son 250 litros por segundo de agua que cayó hace 30 años y se filtró por las montañas que rodean el valle hasta llegar aquí. Si este año llueve poco, los efectos se verán hasta dentro de 30 años. Entonces, ¿cómo es que el número de pozas ha disminuido de tal manera en los últimos años? Debido a los sembradíos de alfalfa, uno de los principales problemas ecológicos de Cuatro Ciénegas. Para cada metro cuadrado de cultivo se necesitan extraer dos metros cúbicos de agua del acuífero profundo; eso ha afectado el ciclo natural del agua en el valle.

Foto: Ritta Trejo

A 10 minutos de la poza se encuentra el Parque Río San Marcos. Una de las primeras cosas que hizo el ingeniero al adquirirlo fue poner a un biólogo a cargo. Antes, la práctica entre los turistas consistía en comprar un cartón de cervezas y carne para asar, alimentar a las especies locales y llevar una bocina para que cada quien pusiera su música. Ahora, la administración controla todo lo que entra y sale: se lleva un control de las especies que visitan el río y hay programas que buscan concientizar a los visitantes sobre la importancia del cuidado del sitio.

Nos sentamos en la palapa principal. Dejamos que pasen las horas y con ellas la intensidad del sol. Rentamos un kayak y nos adentramos en el río, alejándonos de las palapas principales. Nos detenemos en medio de lo que podría ser tan buen lugar como cualquier otro y saltamos al agua. Hay sitios con más vida, más colores y, tal vez, mejor clima, pero en pocos puedes nadar entre quiotes de agave.

En el parque Río San Marcos se puede rentar un kayak, nadar y esnorquelear.

Foto: Ritta Trejo

0

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Suscríbete a nuestro newsletter